Nos aseguramos de tener todos los ingredientes necesarios para realizar la elaboración, el arroz, el caldo la verdura, la mantequilla, el vino blanco, el queso y las especias.

El primer paso de nuestra receta es pelar y picar la cebolla y el ajo. Cuando los tengamos listos, preparamos una sartén honda con aceite y rehogamos el ajo y la cebolla en la sartén con una cucharada de azafrán. Este último ingrediente no podrá faltar en esta receta, cuyo utilización en la cocina italiana se remonta a la época del Renacimiento.

Hay muchas leyendas sobre su procedencia, pero la más difundida señala que un joven discípulo de Valerio de Flandes llevó a cabo este plato al casarse con la hija de su maestro. Como producto revolucionario, le echó azafrán como colorante, que aquel entonces solo se utilizaba en pintura pero no en gastronomía. Aquello fascinó a todos, extendiéndose hasta nuestros días.

Continuamos tras este breve paréntesis con nuestra receta, en la que vamos a poner el fuego bajito y cocinamos todo junto, incluyendo el tomate maduro, previamente rallado. Ahora echamos el vino blanco y esperamos a que se evapore el líquido.

Llegó el turno del arroz, que hay que sofreír junto al resto de ingredientes, antes de echar el caldo de pollo, y un poco de sal. Tenemos que verter el caldo, que debe estar caliente, poco a poco, sin dejar de remover.

Lo ideal es echar el caldo en tres tandas. Se pone un poco, se remueve muy bien para que el arroz desprenda el almidón y espese, y así en tres ocasiones, durante un total de 18-22 minutos, que es el tiempo de cocción indicado para este tipo de arroz.

Cuando consigamos la cremosidad adecuada, se retira del fuego la sartén y se añade una cucharadita de mantequilla y queso parmesano rallado. Removemos con mucho cuidado y… ¡Listo! Como decoración podemos poner unas láminas de parmesano por encima y un poco de pimienta, que además aportarán un extra de sabor.
