Comenzamos con la preparación de las gambas. Para ello, pelamos los dientes de ajo y los picamos en láminas finas.
Añadimos un chorreón de aceite de oliva virgen extra a la cazuela y sofreímos el ajo a fuego lento durante 2 ó 3 minutos hasta que se dore ligeramente. Añadimos un poco de guindilla, al gusto. Si en casa sois de sabores picantes, tendréis que añadir más cantidad.
Removemos con suavidad todos los ingredientes de la cazuela durante 2 minutos para integrar bien los sabores.
Pelamos las gambas y les retiramos su intestino, que es, por si no lo sabías, el hilo negro que tienen en el centro. Después, añadimos las gambas a la cazuela junto al ajo y la guindilla y sofreímos durante 2 minutos, el tiempo justo para que se tuesten un poco. Reservamos en un plato y añadimos una pizca de sal por encima (puede ser sal gorda o en escamas).
Añadimos un chorrito de brandy, coñac o ron y dejamos que reduzca a fuego fuerte durante 1 minuto. Este paso es opcional.
Salpimentamos y removemos bien con una cuchara de madera. Retiramos del fuego y reservamos para luego mezclar con los spaghetti.
A la hora de preparar un plato de pasta, debemos tener en cuenta que el acompañamiento espera a la pasta, y no al revés. Por lo tanto, ahora que tenemos la salsa de gambas, es el momento de preparar los spaghetti. Para ello, calentamos agua en una cazuela grande.
Cuando veamos que el agua empieza a hervir a borbotones, echamos un puñado generoso de sal. Una cantidad proporcional a 2 cucharadas rasas por cada 500 gramos de pasta.
A continuación, incorporamos los spaghetti a la cazuela. Removemos el agua con una cuchara de madera para que los spaghetti no se queden pegados. Y dejamos cociendo la pasta el tiempo indicado siguiendo las instrucciones del paquete.
Una vez pasado este tiempo, escurrimos los spaghetti inmediatamente y los incorporamos al recipiente donde hayamos reservado el acompañamiento de gambas. Mezclamos todos los ingredientes con una cuchara para integrar bien los sabores y ¡servimos!