Paparapapá. Turutururú. Niiinoninoniii. Tirititrantrantrán. La música es un lenguaje universal, esto ya lo sabemos. Es pura comunicación, el Valium de las fieras. Y sin embargo, no es extraño que se torne en arma arrojadiza en sobremesas, barras de bar y salas de estar. La relación que cada uno tiene con su universo musical hace el tema especialmente susceptible a fobias y filias. Si además se mezclan prejuicios, balbuceos, retrospectivas, rima pegadiza, tarareos con efecto y cacofonías estilo gato pisado queda claro que no estamos hablando de cualquier tipo de música. Hablamos de una clase especial. La música que le gusta a tu madre.

Es sábado por la mañana. Esta noche vas a un concierto y te preparas repasando mentalmente los temas favoritos del grupo en cuestión. Y ya que estamos, los escuchas. A todo volumen. De pronto, aparece tu madre con cara de pocos amigos. Que apagues ese ruido, que eso no es música. Vamos, hombre. Te suena, ¿verdad? Claro que hace tiempo que este gag no se repite: tu madre ya hace mucho que te dio por imposible. Como tú a ella. De acuerdo con tu propia escala de valores, el acervo musical de tu madre es clavadito al del expositor de cintas de la gasolinera. Sin embargo se trata de una acusación tan injusta como equivocada…

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Tu madre tampoco sabe quién es este señor.

En una galaxia muy, muy lejana, tu madre fue joven. Quizá en su día tuvo edad de darse su primer beso al ritmo de Love me tender, o quizá es más de la época de Stand by me. Aunque, tal como estaban las cosas, es mucho más probable que bailara al ritmo de la Chica ye-ye. Y puede que eso explique cómo lo da todo en las bodas cuando entra en escena la Velasco. Sea como sea, no deberíamos ser tan condescendientes con sus gustos musicales. Después de todo, creció en un ambiente mucho más emocionante que el de hoy. Los Beatles, los Rolling, Jimmy Hendrix… ¿Te has parado a pensar que Woodstock, la madre de todos los festivales, se montó 30 años antes de que te plantearas ir a tu primer Benicàssim? Esto la sitúa a ella mucho más cerca a pertenecer a My generation. Aunque seas tú quien la tararea cuando suena en el coche, ironías musicales de ayer y hoy.

Eso no es música.

Según tú, este fue el primer Ipod de tu madre.

Por mucho que hayamos aprendido de memoria otros temazos que llegaron después, lo sentimos, Mi gran noche también es música de madres. Y está claro que el hombre ya no es lo que era, pero quien no se haya duchado cantando por Camilo Sesto que levante el micro. Tampoco es que sólo hayan sonado esas perlas mientras tu madre hacía la comida. Más de una vez habrá decidido poner un arroz a la cubana escuchando a Antonio Machín en la radio. Seguramente también hubo algo de copla, algo de pachanga, incluso puede que algo de Abba. Pero dime que no era tierno ver a tu madre marcarse esos duetos con la Jurado mientras tendía la ropa en el ojo patio. Tierno y emocionante: el reverb que suele haber en esos lugares ha contribuido a interpretaciones magistrales. Al menos, de oídos para adentro. Y además, que de lo que se trata es de estar contentos. Si a ella le da vidilla empezar los lunes repitiéndose que Solo se vive una vez, ¿quiénes somos nosotros para criticarla? Vale, ver esos estilismos ahora provoca ataques epilépticos, pero no estamos para ponernos estupendos, eso ya lo acordamos la semana pasada. Si tu madre canta mal nivel hecatombe nuclear, o si insiste en aliñar cada canturreo con una batallita, el tema puede ser algo más peliagudo. Pero pregúntate si tu guachu-guachu no suena igual de mal que cuando ella intenta farfullar la letra de un fado o rememorar aquella de Franco Battiato. Que, por cierto, tanta risilla por lo bajini hace diez años y ahora resulta que es de lo más moderno.

Y es que con esto de los gustos musicales tampoco se puede juzgar. Ni generalizar, porque en este contexto el famoso refrán es inexacto. Madre no hay más que una, de acuerdo, pero si hablamos de música, madres hay a porrillo. Copleras, clásicas, nostálgicas, reivindicativas… También las hay pseudo-actualizadas, puede que incluso te las encuentres bailando el waka-waka. Lo que seguro, seguro que no va a ocurrir es que las madres perdonen a Lady Gaga.

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«Siempre enseñando las carnes, ¿es que esta chica no respeta nada?”

Lo del traje de filetes las mató a todas: con la comida no se juega, y eso es sagrado. Y ay de ti si no se cumple esta ley universal que mantiene a tus progenitores alejados de tus inquietudes melómanas: si hay algo peor que tu madre se meta en Facebook y te agregue, es que tu madre se haga fan de un grupo que te gusta. Imagínate llegar a casa el domingo para comerte un potaje y que te diga, “¿Qué, cariño, te has escuchado ya lo último de Wilco?” Visto así, quizá no esté tan mal que tu madre piense que eso que escuchas no es música. Después de todo, nadie ha dicho que tienes que ser como tu madre, ¿verdad?