Mi móvil va muy lento, necesito el último modelo

Ahí está, incorruptible. Todo madera y metal, nada de plástico. Un mamotreto que ya ha pasado por tres mudanzas y cuatro cuartos de baño, por chapuzones involuntarios, salpicaduras y caídas… pero que sigue ahí. La radio del baño, esa que hace años te despertaba los domingos cuando tu padre se estaba afeitando mientras oía una tertulia o un pasodoble (que de todo hay), y que todavía hoy sigue funcionando.

Esa radio antigua no sería hoy en día la más bonita del escaparate de ninguna tienda, ni protagonizará anuncios de televisión, ni se montarán colas en la puerta para comprarla. Y aunque los modernos se volverían locos por ella y su toque vintage, quizás los más jóvenes no la escogerían nunca. Porque no es el último modelo, ni tiene MP3, ni un diseño atractivo, ni pesa sólo 0,15 gramos, y, desde luego, no puedes llevarla en el bolsillo. Sin embargo fue y sigue siendo una gran compra, una que después de treinta años, funciona tan bien como el primer día.

Ahora vivimos con un poco más de prisa,  queremos estar a la última en todo, tener lo más nuevo, lo último, lo más rápido, más capacidad, más velocidad, más, más, más… Por eso a veces nuestros padres alucinan con nuestros ataques de ansiedad, cuando queda un 10% de batería en el móvil, no digamos nada cuando nos lo olvidamos en otra habitación o, en el cataclismo de los cataclismos, se nos “muere” y estamos desconectados del mundo.

En la juventud de nuestros padres, las cosas duraban toda la vida y más allá, sucedían las novedades y te enterabas… cuando te enterabas. Por eso no entienden nuestro afán por tener el móvil nuevo en la mesa o, incluso, teclear como posesos mientras mantenemos una mano en la pantalla y la otra en el arroz con carne. Y que nos cabreemos, porque el Twitter no carga en 0,03 segundos, ¡que tenemos muchísima prisa! Llevamos menos de un año con un móvil que cuesta un ojo de la cara y ya queremos otro, que éste va muy lento.

Y por eso nos dicen que, a lo mejor, los que vamos demasiado rápido somos nosotros, lo mismo que los móviles, y aunque no lo digan del todo, nos avisan de que corremos el riesgo de perdemos las cosas que importan y que, como cualquier buen plato, necesitan de su tiempo y su chup-chup. Sin prisas y sin agobios, disfrutando y olvidándonos del estrés, de si tenemos un Like más en Instagram, o un mensaje directo en Facebook. Que #NoTienesQueSerTuMadre para recuperar los pequeños placeres de la vida.