Los rulos, ay, los rulos. Esos inocentes canelones de plástico encierran uno de los grandes misterios de las señoras con rulos. Uno se pregunta ¿cómo pueden llevar algo tan antiestético? La respuesta es inquietante: para estar guapas. Cortocircuito. Es lo que tiene la moda, que está llena de contradicciones. Cuando además metemos por medio el concepto “madre”, el choque cobra tintes galácticos. Y es que en asuntos de estilo madres e hijos no nos vamos a poner de acuerdo. Pero sí podemos intentar escudriñar su particular manera de vivirlo. Analicemos.

Existen por lo menos cinco leyes fundamentales que regulan el binomio moda-madre y que a nosotros nos suenan a esperanto:

Tu madre no compra ropa, firma hipotecas textiles. Vale, es posible que nos estemos pasando con lo de estrenar camiseta cada vez que vamos a comprar el pan. Ahora, que lo de tu madre está en el otro extremo. Comprobar la resistencia de la tela, repasar todas las combinaciones posibles con el resto de prendas del armario, convocar una reunión de urgencia con el comité de adquisiciones, consultar el Nasdaq… Todo esfuerzo es pequeño cuando se trata de evaluar si la prenda es candidata a hacerse un sitio en su cajón.

– Sólo existen dos tipos de tejidos: el bueno y el que hace bolitas. Es una verdad tipo puño derivada de lo anterior: ese jersey tiene que durar diez años como mínimo. Que decida cambiar su textura de manera unilateral no es una opción. Para granitos, dice ella, mejor los del arroz con leche, vamos, hombre. Eso sí, dentro de los considerados tejidos buenos tu madre maneja con naturalidad una inmensa variedad de conceptos que son verdaderos alienígenas para tus oídos: a ti te suenan “adamascado” y “antelina” como a ella cuando hablas del último disco de Muse.

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Elige adamascado para una boda ultra-elegante

– Su concepto de moda habita una realidad paralela. Se trata de otra dimensión, en la que el cardado se identifica con ir bien peinada, existe un estilismo concreto para las ‘fiestas de guardar’ y la bata de andar por casa se considera un must. Y claro, cruzar el umbral de la sección Señoras para hacerle un regalo es como atravesar un agujero de gusano. Acabas yendo de pashmina en pashmina con ojos espantados, preguntándote si es mejor malva o con estampado de cachemir –si es que tienes la fortuna de saber qué es eso. En realidad da lo mismo. Cuando lo abra, ella va a poner la misma cara de póquer que pones tú cuando ves tu nuevo jersey de pico.

– Las tendencias le llegan, pero a su ritmo. Es un hecho: si tu madre te dice “los pantalones pitillo este año se llevan mucho”, asume que es hora de tirar los tuyos a la basura. Digamos que la onda expansiva de una moda es la siguiente: NY – Londres – Berlín – Barcelona – Vigo – Calzadilla de los Barros – tu madre. Pero ojo, que todo vuelve. Y quién sabe si debido a este retardo, no te encuentras un día con que su peculiar interpretación de las hombreras la han convertido en toda una cool-hunter. Piénsalo.

– La cantidad de tela es directamente proporcional a la edad. Y no nos referimos al largo de la falda exclusivamente. Este fenómeno afecta al escote, y cuando no es así, casi peor. También a las capas de ropa, camiseta interior, camisa, jersey, chaleco y chal. Y adquiere su versión más siniestra en la ropa interior. No se sabe cómo, las braguitas que se llevan a los veinte van expandiéndose hasta convertirse en paracaídas de cuello vuelto a los sesenta. Se trata de un milagro digno de estudio por Íker Jiménez. Lo de si consideramos el uso del color carne ‘apto para el consumo humano’ es mejor dejarlo para otro post.

Un estudio exhaustivo de este último aspecto revela que la mutación del largo de la falda no experimenta una progresión lineal, y que en ocasiones se comporta de manera caprichosa. El verdadero hallazgo es que en la maternidad se sitúa precisamente el punto de inflexión, ese momento en la falda comienza a aventurarse por debajo de la rodilla.

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Largo de la falda según la edad.

Porque claro, tú no vas a reconocerlo nunca, pero tu madre también fue joven. Aunque esa verdad dé pie a otro gran misterio: cómo es posible que ni a los veinte años acertara. Miras las fotos y le preguntas, “Pero, mamá, ¿cómo pudiste casarte con esas pintas?”. Con el corazón en la mano has de reconocer que no es muy justo echar piedras contra el pasado de los demás. Porque pasado tenemos todos:

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No, tú tampoco lo petabas en el instituto.

Quizá en este momento estás pensando en eliminar pruebas. Tentador, ¿verdad? Ahí tienes un síntoma de que el abismo generacional empieza a estrecharse. Porque esto va así, y tenemos que asumirlo: el tiempo vuela. Si cuando la moda metrosexual –qué pereza– dio paso a las barbas y la ropa cómoda sentiste alivio, prepárate, ya estás un paso más cerca de ‘el otro lado’. Si te has probado un par de cropped jeans y te has visto un poco rara, danger! Ya falta un poco menos para que una jovenzuela te mire de arriba abajo en la cola del súper. Pero no hay que preocuparse. Dentro de unos años, esa adolescente sobradilla también empezará a tender inexorablemente a la anti-moda, ese agujero negro que nos acabará arrastrando a todos a la ropa floja, los colores descoordinados y los peinados imposibles. Un poco como el grunge, pero sin que mole.

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Estilo grunge o tu abuelo del pueblo, ¿quién copia a quién?

Asumámoslo. Por muy viejóvenes que nos sintamos, nadie está a salvo. Como dice tu madre: “a todo cerdo le llega su San Martín”. Pero de momento, no tienes por qué ser como tu madre. Para eso queda mucho. Mientras tanto, sigamos disfrutando. Que es gerundio.